jueves, 13 de noviembre de 2008

Algunas veces en abril


Algunas veces en abril

                                                                                        I

07/04/2007

Hasta ayer me gustaba abril, desde que recuerdo era este  mes y no enero cuando comenzaba mis proyectos y propósitos de año nuevo , hasta que ayer tuviste (según tú) el valor para irte…

 ¿Porqué  siempre pienso que si te hubiera dicho las cosas de otra manera no te hubieras ido? Pero “el hubiera no existe” …¿verdad Gaby?.

 Soy un escuálido pilar, un vigilante ausente, una ruta con vista panorámica que no va a ninguna parte. Sé como salir, hay carreteras, puentes y ferry’s con  peaje único: el perdón, pero no tengo en el bolsillo moneda alguna para pagar mi viaje.

 Recuerdas que me dijiste “ quiero tener un hijo tuyo” y yo simplemente asentí, estúpida y llanamente asentí, con un gesto que aún no reconozco como mío. Absorto, solo abrí los ojos grandes como platos y nada más ¿Por que no te dije lo que sentía? Casi me estalla la cabeza de felicidad; construí toda una vida los siguientes cinco minutos después de tu confesión  pero no lo dije, estoy seguro de que ahí se acabó todo; no antes, no después cuando discutimos todo el tiempo por tonterías, ni siquiera cuando en los días subsecuentes me mirabas buscando una respuesta que nunca llegó. Pero las paradojas no están hechas para resolverse sino para vivirse, ahora lo sé.

 Lo entendí de la manera difícil, cuando te marchaste  quedé vacío y aún así quise sacar lo que quedó para empezar otra vez. Así que me dejé caer como el aprendiz que soy, hueco y desnudo.

                                                                                     

                                                                                   II

Lo que es para ti ya es tuyo aunque no lo tengas reza el refrán, así que esperé no volver a encontrarte en alguien más sabiendo que lo que perdimos ya era mío.

 Después de revelar  la polaroid de una sonrisa fresca, comprar canciones por suspiros o reconocerte en películas tan malas que en otro momento no hubiesen recibido el beneficio de la duda, una mirada cómplice como un atisbo de felicidad nos regresa al negocio del amor y ahí estamos, listos para rentar otra vez un corazón de medio uso con ínfulas de sobreviviente que ya conoce  la mitad de esa nueva vida.

Lo supe, lo traía etiquetado en la lengua como aviso de peligro cuando la besé por primera vez, cuando me dijo su edad (veinte años) cuando su mirada, azul como la esperanza me invitó  unas vacaciones VIP (very innocent people, después me enteré) “todo pagado” y pensé que a mis treinta y dos le vendrían bien algunas caricias sin prejuicios.

 Sin  reparo alguno, arme una toda teoría de cómo ella al no haber sufrido nunca por amor nos daría cierta ventaja que aparentemente no gozábamos por la diferencia de edad; si, una ventaja. La gente de nuestra edad va por la vida empatándose, haciéndose uno, a la manera más yoguiana con personas igualmente lastimadas, vergonzosamente ciegas, llenando este circo-mundo con horrorosos monstruos-heridos-de-dos-cabezas.

 Drama, drama, drama, seguramente diría tu tía Alondra primerísima-actriz-yo-lo-sé-todo, ya la veo doblándose de risa en la salita de tu casa, cuando por una indiscreción le cuentes mi teoría, aunque ahora con conocimiento de causa le daría la razón.

 Como sea, el plan sonaba bastante bien, algunas correcciones aquí y allá, algo de experiencia bien aplicada  y le demostraríamos a cuanta “libre opinión”  se nos cruzara en el camino que éramos el uno para el otro.

 Su sonrisa era un bálsamo, cálida, llena de luz y su inocencia lo justificaba casi todo; en sus manos las carencias eran una virtud, por eso no me importó pasados los primeros quince días que no tuviéramos sexo, yo era feliz, cuatro semanas más tarde el enamoramiento lucia ligeramente opaco. Desarmando mis calientes intenciones dijo que quería estar enamorada antes de hacerlo; para entonces yo estaba de un color que nadie hubiera encontrado en la paleta de Van Gohg, pero estaba en terreno desconocido dispuesto a que funcionara la idílica relación, convencido de que mi fracaso contigo no se repetiría con ella por razones semejantes. 

 Pero más tardan en llegar las malas noticias que la realidad, las vacaciones acabaron doce semanas después, mi mal-cogimiento lo hizo evidente, de alguna manera Tamara entendió antes de que yo lo previera que el sexo es  moneda de cambio y no el peso en la balanza que equilibra al amor. Sobra decir qué dada la experiencia de nuestro fracaso memoricé un grimádo de frases perfectamente estudiadas, rebosadas con poesía de  Villa Urrutia y Girondo, para explicarle que no era solo su cuerpo, pero tampoco solo su compañía lo que me completaba, creí no omitir nada pero una vez más ya estando solo, encontré muchas otras razones que al fin entendí no la habrían convencido.

                                                                                

                                                                                  III

¡ Eres un pendejo! Exclamo “el gordo” con su falta de elocuencia y sobrado pragmatismo, cuando por trigésima novena vez lo convertí en el confesor voluntario de mi desencuentro vacacional en las islas “Tamarias”.  No había más que decir convino para sus adentros, el análisis doloroso de las malas decisiones tomadas en cuanta relación me involucrara, nos llevarían quizá por muy lejos a tratar de desenmarañar con una larga fila de chelas lo sucedido con Tammy y yo con inmutable inocencia escucharía por largas y tortuosas horas decirme porqué mi falta de sentido común me acarreaban sui géneris noviazgos y cíclicos desencuentros, pero de eso el gordo había tenido suficiente con Gaby como tema recurrente por muchos meses.

El gordo reparó con un gesto de extrañeza que yo estaba más alterado de lo que él creía, cuando lo llamé por su nombre de pila para comenzar una perorata incomprensible acerca de mi depresión por el reciente rompimiento; su madre de muy niño solía reprenderlo duramente por llevar al gato a lamer las cazuelas de comida  antes de la merienda y meterlo a dormir en la cuna de su hermanito. En cuanto la escuchaba gritar ¡Octavio Romo Calva!, el niño salía corriendo a buscar al gato, un paquete de galletas que guardaba debajo de su almohada y se escondía en la recamara de su abuela donde irremediablemente lo encontraba. La reprimenda consistía en tres cinturonazos y lavar los platos de la cena, sin cenar por supuesto, quizá por eso no parpadeo los siguientes diez minutos de mi discurso.

 De cualquier forma mi amigo no hablaba mucho, lo suyo era escuchar;  debajo de ese aspecto de marido bonachón se escondía un gurú en potencia y esta noche como muchas otras contaba con sus oídos . 

Octavio se había convertido en una especie de espejo de obsidiana, reflejo inverso de muchas de mis acciones, de las menos acertadas por su puesto. Parecía tener las respuestas a casi todas mis dudas , con tal certeza que en más de una ocasión me hacían preguntarme por que se metía en tantos problemas. Esposo y padre modelo de un hijo ocultaba celosamente un amasiato con dos mujeres que parecían proyectadas más por su alter ego que por sus convicciones. A el le gustaban las muchachas sencillas, amorosas, envueltas en un alo de misterio ligado a su ternura, pero ninguna de sus tres compañeras eran así. Los días en que esperaba a la mujer perfecta se acabaron, se casó, no se porqué con la primera que le dijo me caso y tomo por amantes a las dos primeras que le dijeron me gustas ahogando la esperanza en los placeres de la bendita conformidad

                                                                            IV

¿Sabes Gaby? Tenias razón, la tragedia de la esperanza es que todo cambia, la vida se ríe del optimista por que mientras el planea que todo vaya mejor, la vida lleva a cabo sus planes esperando que pueda adaptarse, sin lograrlo la mayoría de las veces.

 Ayer me enteré que Octavio se separó de sus tres mujeres  justo en el cumpleaños de su hijo, decidió vender su compañía y fugarse a Brasil con Rebeca, su novia de la secundaria que según el siempre fue el amor de su vida. Tamara por otra parte encontró un novio que le da todo, incluidos masajes toscos en estomago, ojos y brazos  cada vez que se enoja y un contrato de modelaje que casi la hace la mujer perfecta, excepto por que no sabe que podría serlo.

 En ocho meses seguirá abril, aunque las luces del centro anuncien que es navidad y Santa Claus no sepa que yo sigo hundido en la primavera del 2006. Para ser congruente, vivo mi paradoja siendo un optimista, viendo la vida pasar, esperando que todo vaya mejor aunque algunas veces en abril me detenga a recoger unas flores para ocho meses después ponerlas en el árbol de navidad.

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                 

                                                                      

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