jueves, 13 de noviembre de 2008

Algunas veces en abril (versión para el editor) (ja-ja-ja)


Algunas Veces en Abril

 

¿Por qué  siempre pienso que si te hubiera dicho las cosas de otra manera, no te habrías ido? Pero “el hubiera no existe”

-¿Verdad Gaby?

Recuerdas que me dijiste “quiero tener un hijo tuyo” y yo simplemente asentí, estúpida y llanamente asentí con un gesto que aún no reconozco como mío. Absorto sólo abrí los ojos grandes como platos y nada más ¿Por qué no te dije lo que sentía? ¡En ese momento casi me estalla la cabeza de felicidad! Construí toda una vida los siguientes cinco minutos después de tu confesión  pero no lo dije, estoy seguro de que ahí se acabó todo, no antes, no después cuando discutimos todo el tiempo por tonterías, ni siquiera cuando en los días subsecuentes me mirabas buscando una respuesta que nunca llegó. Pero las paradojas no están hechas para resolverse sino para vivirse, ahora lo sé. Lo entendí de la manera difícil, cuando te marchaste quedé vacío y aún así quise sacar lo que quedó para empezar otra vez. Así que me dejé caer como el aprendiz que soy, hueco y desnudo.

Pensaba escribir todo esto mientras recorría las calles que ahora lucen vacías sin ti  y recordé el refrán que dice: Lo que es para ti ya es tuyo aunque no lo tengas. De tal suerte, esperé no volver a encontrarte en alguien más, sabiendo que lo que perdimos ya era mío. Quizás sólo por hacer un análisis te contaría como ha sido mi vida estos últimos años, aunque probablemente no te importe. 

 Cuando te fuiste, lo primero que me vino a la mente fue pensar: ¿en dónde estuvo el error? pero eso no podía buscarlo en nuestro pasado, si no en lo que vino después.

 ¿Te imaginas? Después de revelar  la polaroid de una sonrisa fresca, comprar canciones por suspiros o reconocerte en películas tan malas que en otro momento no hubiesen recibido el beneficio de la duda, una mirada cómplice como un atisbo de felicidad  nos regresa al negocio del amor y ahí estamos, listos para rentar otra vez un corazón de medio uso, con ínfulas de sobreviviente que ya conoce  la mitad de esa nueva vida.

 Mientras trataba de no encontrarte, me encontró una mujer diametralmente opuesta a ti. Lo supe, lo traía etiquetado en la lengua como aviso de peligro cuando la besé por primera vez, cuando me dijo su edad (veinte años) cuando su mirada azul como la esperanza me invitó unas vacaciones VIP (very innocent people, después me enteré) y pensé que a mis treinta y dos le vendrían bien algunas caricias sin prejuicios.

 Sin  reparo alguno, armé una toda teoría de que como ella antes no había sufrido por un gran amor, nos daría cierta ventaja que aparentemente no gozábamos por la diferencia de edad; sí, una ventaja. La gente de nuestra edad va por la vida empatándose, haciéndose uno a la manera más yoguiana, con personas igualmente lastimadas, vergonzosamente ciegas, llenando este circo-mundo con horrorosos monstruos-heridos-de-dos-cabezas.

Drama, drama, drama, seguramente diría tu tía Alondra primerísima-actriz-yo-lo-sé-todo, ya la veo doblándose de risa en la salita de tu casa, cuando por una indiscreción le cuentes mi teoría, aunque ahora con conocimiento de causa le daría la razón.

Como sea el plan sonaba bastante bien, algunas correcciones aquí y allá, algo de experiencia bien aplicada  y le demostraríamos a cuanta “libre opinión” se nos cruzara en el camino que éramos el uno para el otro.

Su sonrisa era un bálsamo, cálida, llena de luz y su inocencia lo justificaba casi todo, en sus manos las carencias eran una virtud por eso no me importó pasados los primeros quince días que no tuviéramos sexo, yo era feliz. Cuatro semanas más tarde el enamoramiento lucía ligeramente opaco; desarmando mis calientes intenciones dijo que quería estar enamorada antes de hacerlo, para entonces yo estaba de un color que nadie hubiera encontrado en la paleta de Van Gohg, pero estaba en terreno desconocido dispuesto a que funcionara la idílica relación, convencido de que mi fracaso contigo no se repetiría con ella por razones semejantes. 

Pero más tardan en llegar las malas noticias que la realidad, las vacaciones acabaron doce semanas después, de alguna manera Tamara entendió antes de que yo lo previera que el sexo es  moneda de cambio y no el peso en la balanza que equilibra al amor.

Sobra decir qué dada la experiencia de nuestro fracaso memoricé un grimado de frases perfectamente estudiadas, rebosadas con poesía de  Villa Urrutia y Girondo para explicarle que no era sólo su cuerpo, pero tampoco su compañía lo que me completaba, creí no omitir nada pero una vez más ya estando solo,  encontré muchas otras razones que al fin entendí no la habrían convencido.

Sólo, una vez más recurrí a mi amigo Octavio ¿lo recuerdas? Nunca te agradó del todo por que decías que era un patán. Cuando le conté lo sucedido sin pensarlo me dijo: -¡Eres un pendejo!- con su falta de elocuencia y sobrado pragmatismo, cuando por trigésima novena vez, lo convertí en el confesor voluntario de mi desencuentro vacacional en las islas “Tamarias”, no había más que decir según él. Un análisis doloroso de las malas decisiones tomadas en cuanta relación me involucrara, nos llevarían quizá por muy lejos a tratar de desenmarañar con una larga fila de chelas lo sucedido con Tammy y yo con inmutable inocencia tendría que escuchar por largas y tortuosas horas decirme por qué mi falta de sentido común me acarreaban sui géneris noviazgos y cíclicos desencuentros, pero de eso  Octavio había tenido suficiente contigo como tema recurrente por muchos meses.

Octavio reparó con un gesto de extrañeza, que yo estaba más alterado de lo que el creía, cuando lo llamé por su nombre de pila para comenzar una perorata incomprensible acerca de mi depresión por el reciente rompimiento. Su madre, de muy niño solía reprenderlo duramente por llevar al gato a lamer las cazuelas de comida  antes de la merienda y meterlo a dormir en la cuna de su hermanito, en cuanto la escuchaba gritar, ¡Octavio Romo Calva! el niño salía corriendo a buscar al gato, un paquete de galletas que guardaba debajo de su almohada y se escondía en la recamara de su abuela donde irremediablemente lo encontraba. La reprimenda consistía en tres cinturonazos y lavar los platos de la cena, sin cenar por supuesto, quizá por eso no parpadeo los siguientes diez minutos de mi discurso.

De cualquier forma mi amigo no hablaba mucho, lo suyo era escuchar, debajo de ese aspecto de marido bonachón se escondía un gurú en potencia y esta noche como muchas otras contaba con sus oídos. 

Octavio se había convertido en una especie de espejo de obsidiana, reflejo inverso de muchas de mis acciones, de las menos acertadas por su puesto, parecía tener las respuestas a casi todas mis dudas con tal certeza que en más de una ocasión me hacía preguntarme por que se metía en tantos problemas. Esposo y padre modelo de un hijo, ocultaba celosamente un amasiato con dos mujeres que parecían proyectadas más por su alter ego que por sus convicciones. A él le gustaban las muchachas sencillas, amorosas, envueltas en un alo de misterio ligado a su ternura pero ninguna de sus tres compañeras era así. Los días en que esperaba a la mujer perfecta se acabaron, se casó no se porqué con la primera que le dijo me caso y tomó por amantes a las dos primeras que le dijeron me gustas, ahogando la esperanza en los placeres de la bendita conformidad.

¿Sabes Gaby? Tenías razón la tragedia de la esperanza es que todo cambia, la vida se ríe del optimista por que mientras el planea que todo vaya mejor la vida lleva a cabo sus planes esperando que pueda adaptarse, sin lograrlo la mayoría de las veces.

Ayer me enteré que Octavio se separó de sus tres mujeres justo en el cumpleaños de su hijo. Decidió vender su compañía y fugarse a Brasil con Rebeca su novia de la secundaria, que según él, siempre fue el amor de su vida. Tamara por otra parte encontró un novio que le da todo, incluidos masajes toscos en estomago, ojos y brazos  cada vez que se enoja y un contrato de modelaje que casi la hace la mujer perfecta excepto por que no sabe que podría serlo.

 Ocho meses después sigue siendo abril, aunque las luces del centro anuncien que ya es Navidad y Santa Claus no sepa que yo sigo hundido en la primavera del 2006. Supongo que abriré los regalos en nuestro aniversario y brindare en tu honor a tres mil kilómetros de distancia. Para ser congruente vivo mi paradoja siendo un optimista, viendo la vida pasar, esperando que todo vaya mejor aunque algunas veces en abril, me detenga a recoger unas flores para ocho meses después ponerlas en el árbol de navidad.

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