lunes, 10 de noviembre de 2008

HUELE A GATO


HUELE A GATO

De haber sabido que el vuelo de Matías se retrasaría por tiempo indefinido a causa del mal clima en Nueva York, por lo menos habría desayunado antes de ir al aeropuerto a buscarlo. Me dolía la cabeza a causa de la desvelada del día anterior y el calor en Cancún esa tarde era particularmente fuerte, lo que hizo casi insoportable las dos horas que tuve que esperar antes del primer aviso de demora. Estuve tentado a comer en el aeropuerto y tomarme unas chelas, para recibirlo en el mismo estado de ebriedad en que lo despedí dos años atrás. Era ya la una de la tarde y el retraso duraría por lo menos seis horas –calculé- así que decidí ir a comer a casa, dormir un poco y hablar más tarde al aeropuerto para saber la hora de llegada con exactitud y recogerlo cómodamente.

Escogí un taxi amplio y con ventanas grandes para dormitar fresco y a gusto de regreso al departamento, pero la nostalgia me lo impidió. No hice más que revivir las interminables pláticas acompañadas de café y porros, las fiestas y la rivalidad velada que nos hacía competir en cuanto proyecto nuevo pusiéramos en marcha. Me asaltaron las risas, navidades, cumpleaños y consejos compartidos durante nueve años de convivencia, recuerdos que se agolpaban en mi memoria como turistas hacinados en la playa principal en Semana Santa. 

El día estaba espléndido: la carretera panorámica, la playa y el puerto, lucían especialmente brillantes, como si se hubiesen puesto de acuerdo para darle a Matti la bienvenida. Aunque ellos tampoco contaban con su retraso, por eso deseé que éste ánimo climático durara por lo menos hasta su llegada, dado que en las últimas semanas, había estado cayendo una lluvia leve pero pertinaz que sólo alborotaba el calor y la humedad, creando un caldo de cultivo ideal para que crecieran los primeros moscos de la temporada que hacían imposible conciliar el sueño.

Pocas calles antes de llegar a mi destino, sentí una terrible punzada en el estómago. Comencé a sudar profusamente y temí por un segundo que no llegaría al baño. De pronto la cálida sensación de los recuerdos desaparecieron, adueñándose de mí la angustia. Cuando divisé la puerta de mi casa a lo lejos, busqué mi cartera que parecía quererme jugar una mala broma negándose a salir de mi bolsillo, aprovechando la desesperación. Por fin llegamos y antes de detenerse el auto, abrí la puerta instintivamente; por la prisa ,sin intensión, pero grosero- le aventé el billete al taxista, que después me enteré era casi del doble de la tarifa y por eso no esperó a reclamarme.

Peligrosamente salté del auto y el taxista arrancó veloz, como si una hermosa rubia le esperara en la siguiente parada. Dí dos grandes zancadas, pero antes de llegar a la puerta, como en una premeditada pista de obstáculos, se atravesó Lorenzo mi vecinito de seis años quien disfrutaba mearse en la jardinera y justo ese momento le pareció ideal para marcar su territorio. Imaginé lo lindo que sería plantarle unos coscorrones al pequeño terrorista, pero no disponía desafortunadamente de esos preciosos segundos.

Aún no sé cómo, pero al tiempo que saltaba a Lorenzo y sin tocarle un pelo, metí la mano una vez más en el bolsillo para sacar las llaves de mi casa, pero no estaban, debí tirarlas en algún momento cuando saqué la cartera para pagar el taxi. 

Parecía inevitable el penoso accidente en plena calle, y de una magnitud desastrosa, cuando de la casa de al lado salió Gloria la mamá de Lorenzo que venía a buscarlo para darle de comer, y como siempre, lucía espectacular en unos jeans estilo pescador y una ombliguera entallada digna de cualquier sueño erótico, negocio donde yo acumulaba cada noche puntos de soñador frecuente. 

Tomé el picaporte y empujé la puerta con más deseos que certeza de abrirla, por primera vez ese día que empezaba a tornarse gris, me sonrío la fortuna. Diez segundos antes de entrar cantando "safe" en el baño Imaginé a Gloria mirándome atónita con mis pantalones Docker's todos húmedos y morado de vergüenza por semejante estupidez buscando adonde enterrar la cabeza, perdiendo así, de una vez y para siempre, los puntos que había ganado en aquella cena que festejamos sus primeros seis meses de divorcio.

Pero la puerta abrió con facilidad y agradecí ser tan distraído por haber olvidado además de las llaves, poner el seguro. 

Mientras corría al baño de reojo alcancé a ver a Tequila, mi gato, tirando zarpazos en la pecera tratando de pescar a Chilaquil, un pez dorado que el gato siempre contemplaba como su anhelado entremés. Al salir del baño advertí que Tequila ni siquiera volteó a verme, continuaba con su pesca y derramando el agua de la pecera en su inútil intento por merendarse al pez.

Con una sonrisa en el rostro por la meta superada, corrí hacia el descanso cerca de la pecera para espantar al gato y acabar con su travesura, pero una vez más -a manos de mi característica distracción- resbalé con el agua que Tequila había derramado en el piso. 

La caída duró menos de dos segundos, pero me pareció haberme detenido en el aire para comparar los obstáculos que enfrenté. Los de antes de llegar al baño, y los que sin tanto esfuerzo me llevaron al piso. Fue ridículo, un gato y un charco terminaron el trabajo que empezó mi débil esfínter. 

El golpe no fue tan duro ni siquiera perdí el conocimiento, aunque si cerré los ojos más de dos minutos. De hecho cuando los abrí no me dolía nada, incluso el dolor de cabeza y el cansancio que un par de horas antes estaban por rendirme en una larga siesta, habían desaparecido.

Fue quizá la adrenalina secretada por el efecto de la caída que amortiguó el dolor, aunque con seguridad regresaría más tarde. Abrí los ojos y mientras me incorporaba, a lo lejos escuché una vocecilla rasposa pero con carácter, que me dijo en tono sarcástico: "¡Que sueñote te aventaste! Mientras tu hibernabas yo fui a visitar a las gatas vecinas, y ¿Sabes? estoy seguro que el mes que viene vas a ser tío…" 

Todavía sentado cerca de la pecera y sin saber de dónde provenía la voz con exactitud, preparaba ya una repuesta indiferente pero en tono de reclamo por la importuna invasión; pensé que se trataba de Alonso, otro de mis vecinos que cada tanto llegaba a casa con actitud bonachona pero sin ser invitado, para sonsacarme a un juego de cartas o tratando de ganarme una vez más en el Nintendo, pero no pude ver su enorme humanidad merodeando la sala, ni cerca de la escalera.

La vocecilla prosiguió con su comentario en un tono familiar, como si nos conociéramos de mucho tiempo, pero esta vez un poco más serio: "¡El perro de Alonso no podría ser más servil! ¡No soporto su chingada colita moviéndose de un lado a otro, mientras su dueño apenas se da cuenta que se muere porque le dé palmaditas en la cabeza! ¿Te parece demasiado? No! Encima el idiota de Alonso termina diciéndole: ¡Ya Frijol, deja de estar chingando y vete a tu rincón!... Nunca esperes que yo haga eso, ¡y que quede muy claro!, si me acerco para que me rasques la panza, es por que ninguna de las gatas de esta calle lo hace mejor que tú…"

No quise espantarme, pero me levanté de un tirón y fui directamente a la cocina, quizás se trataba de alguien del bar donde trabajaba queriéndome jugar una broma, aunque no tenía una relación tan familiar con nadie de allá.

Sin poder ver a nadie aún lo siguiente que escuché me congeló:-"En este momento eres igualito que Frijol, dando vueltas de un lado al otro tratando de morderse la cola, la cual por cierto no tienes"-. Dirigí la mirada una vez más a la sala y antes de terminar de gritar: "¡No me gustan las bromas…!" Escuché a Tequila, trepado en la mesita del teléfono, diciéndome: "Daría lo que fuera en este momento por tener dedos para sostener una cámara y tomarte una foto".

Debo confesar que a mi también me hubiera gustado ver mi cara de asombro. Mientras observaba al gato lo único que se me ocurrió fue gritarle irracionalmente que se bajara de la mesita, intentando con esto, tomar el control de la situación. Pero él sin inmutarse, me miró unos segundos moviendo la cabeza de un lado a otro, como tratando de entender lo que acababa de gritar y con mucha tranquilidad esta vez dijo: "Si nunca ha funcionado, ¿porqué piensas que ahora pasará?". 

Tequila se movió unos pasos como si bailara con elegancia, no puedo asegurarlo, pero me pareció verlo sonreír en tono burlón; aunque casi siempre lo imaginé observándome con ciertas actitudes casi humanas, nunca le tome demasiada atención, atribuyéndolo a mi paranoia lo olvidaba rápidamente y le rascaba la panza en señal de cariño.

¿Cómo…? ¿Por qué…? ¿Cuándo…? Balbuceaba con voz pastosa al gato mientras me acercaba a él. Quería preguntarle: ¿Cómo es que hablas? ¿Por qué ahora? ¿Cuándo empezaste a hacerlo? Y aunque no pude completar ninguna de estas frases, Tequila comprendió inmediatamente lo que yo intentaba decir. Supuse que el gato esperaba que fuera mi primera pregunta al verlo, así que contesto sin titubear: "Porque puedo hacerlo y tú como mi compañero, pareces ser el más adecuado para conversar". Para mí en ese momento, todo era motivo de sorpresa y de análisis: Él dijo compañero y no dueño; vaya manera de hacerme saber que la cadena de mando nunca existió. 

Tequila continuó: "Apuesto que no sabes porqué Gloria no te pela o lo que Alonso piensa realmente de ti o cosas que han estado bajo tu nariz tanto tiempo que ya no ves…" 

-No puedo explicar lo que sentí, el estomago me dio un vuelco, escuchar verdades tan reales en una situación tan onírica me hizo pensar que no escucharlo sería más grave que evadir el encuentro.

- ¿A qué te refieres con cosas que han estado bajo mi nariz? -Pregunté interesado- Tequila tomó su tiempo para contestar, bajo de la mesita del teléfono con cierto desdén para sentarse ahora en la parte superior del respaldo del sillón. No había reparado hasta ese momento en la gracia de sus movimientos ni en su mirada casi hipnótica y misteriosa que me observaba ahora con un brillo muy especial. 

-"Con calma"- exclamó Tequila lamiéndose una pata, - ¿Sabes que Alonso viene a buscarte porqué piensa que estás muy sólo? Nunca te ve con nadie, desde la muerte de tu madre no haces más que encerrarte a fumar marihuana, ver televisión y fantasear con Gloria, te has aislado de todos y de todo. Tú piensas que es un idiota, pero es lo más cercano a un amigo que tienes en este momento. Nunca te enteraste, pero si Gloria cenó contigo aquélla vez fue por que Alonso fue invitado primero y te incluyó en la cena, pero a la mera hora no pudo ir. Ya se que te niegas a vivir con las reglas de los demás que por eso ya ni duermes de noche, que no te gusta que nadie te mande, por eso intentaste poner tu negocio de ventas por catálogo que no te da ni para la renta y tuviste que regresar al bar con la cola entre las patas. 

-Mi mente se puso en blanco, me era difícil entender como Tequila tenía tan claro que mi vida se venía abajo, cómo los demás veían que mi vida se venía abajo y yo era ajeno al desastre. En algún momento quise replicar, decirle al gato qué a quien él describía no era yo, pero hubiese mentido, además aún no me había dicho lo peor.

En la ventana se alcanzaron a filtrar los últimos rayos de sol de la tarde posándose sobre el lomo de Tequila; desde mi perspectiva veía su silueta a contra luz lo cual le daba un aire fantasmal haciéndome olvidar que había un mundo allá afuera. Entonces el gato se irguió para seguir con su explicación: -Gloria por otra parte nunca te menciona, su vida está dedicada al trabajo para mantener a Lorenzo así que los pequeños detalles como recibir tu correo, invitarte a cenar y preguntar por tu salud son una mera cortesía que has malinterpretado como atracción, por cierto en el correo está una carta de tu papá a quien no has visitado desde hace meses al igual que a tus hermanos ¿A quien va importarle un cabron que hace mucho se dio por muerto y no se quiere dar cuenta?- 

Sin decir una palabra, Tequila caminó unos pasos y saltó del sillón a lo alto del librero, yo lo seguí ansioso para preguntarle que otras cosas tenía que contarme pero no dijo una palabra más, mientras caminaba, a su paso iba tirando descuidadamente libros y adornos que caían en mi cabeza estrepitosamente aunque yo seguía sin sentir dolor alguno, pero en el quinto golpe mi visión se borró por completo y una especie de cansancio fulminante se adueñó de mí haciéndome caer por segunda vez en el día. Mientras estaba en el piso escuchaba los golpes de los libros sobre mi, golpes secos y contundentes que sonaban cada vez más fuerte, cuando abrí los ojos me percaté que los golpes no eran producto de los libros que caían sino de la puerta, aunque lo más extraño fue que era de día aún y ya no estaba en la sala sino cerca de la pecera donde caí la primera vez. 

Me levanté trabajosamente con un dolor intenso en la espalda y la cabeza, en la puerta seguían escuchándose los fuertes toquídos y una voz que gritaba mi nombre; así que me dirigí a la puerta para abrir y terminar con el escándalo pero justo cuando tomé el picaporte de la sala escuché una voz que me dijo: "Que sueñote te aventaste" , sentí un escalofrío recorriéndome la espalda, sin dudarlo voltee a la sala pero no vi a nadie, tome unos segundos para reponerme de la impresión tragué saliva y me dije que sólo había sido una secuela de la caída, por fin abrí la puerta y era Matías con una enorme sonrisa diciéndome: "otra vez te quedaste dormido".

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